Bueno, negra. Me parece que no te llegan los mensajes, temprano traté de llamarte y tampoco pude, así que te considero imposible de alcanzar en este momento. Pero resulta que tengo ganas de contarle cosas a alguien, y la única persona con la que hablo en serio en el último tiempo sos vos. Espero que no te lo tomes como una carga de responsabilidad tremenda, ni nada, porque no lo es. Pero te cuento, en fin.
Mi vieja salió con un tipo, por primera vez en un montón de tiempo. Evalué su ropa, su maquillaje, le dije que decir y que no decir y además hice flan (para festejar la victoria si vuelve vencedora, o para llenar los pozos del fracaso). Me siento un poco rara. Como que se invierte lo que debería ser. Pero a fin de cuentas, no importa mucho lo que debería ser.
Estaba pensando en la época en la que la gente se mandaba cartas. Y adentro de los sobres, dibujos, fotos, entradas de teatro, boletos de tren. Estaba pensando en que, lo realmente valioso, nadie querría mandarlo por carta. Esa foto tan querida es más probable que termine escondida adentro de un libro polvoriento, que en camino a otra ciudad adentro de un sobre que a su vez viaja adentro de un bolso de arpillera. Por eso, lo que a fin de cuentas prevalecía para el futuro inmediato, era lo banal, y de forma completamente arbitraria. La foto que se mandaba a un amigo o familiar no era aquella valiosa, si no una cualquiera, tomada en cualquier parte y enviada nomás para ofrecer evidencia de una casa nueva, del crecimiento de los hijos.
Entonces, al encontrar esa carta años después, lo que vemos en ella es una prueba de la existencia, pero no de la felicidad.
Bue, no sé, me parece. Estaba pensando mucho en eso, en las cartas, y me di cuenta de que, si bien la carta con la foto, o el dibujo medio feo, o el boleto de tren de un viaje de cierta importancia, pero medio aburrido; si bien esa carta no es una prueba de la felicidad de nadie, la foto escondida en un libro, la flor disecada entre las hojas (para otra cosa inútiles) de la biblia, la entrada de la obra de teatro que cambió la vida de alguien, todos esos papeles escondidos en cajas de cartón, en el fondo de los cajones, entre vidrio y madera, todas esas boludeces que andan por ahí, esas sí son.