miércoles, 25 de agosto de 2010

Bueno... Les presento algo nuevo. Se llama El Bar, porque no se me ocurre algo mejor, pero, como este blog es mi mente, no necesito corregirlo o cambiarlo para postearlo acá... Cuando lo tenga mejor, lo posteo en el blog oficial^^ Así me manejo yo xDDDDDD



El aire era pesado alrededor de ellos, como si fuese una masa corpórea y asfixiante, aplastando sus pechos, oprimiendo sus pulmones y evitándoles la posibilidad de respirar. Rose aspiró una última bocanada de su cigarrillo, y, soltando el humo con un suspiro cansado, lo apagó en el cenicero de vidrio. Contaminar aún más su sistema respiratorio no sería más que sumarle una mancha al tigre, pero empezaba a tener serios problemas para mantenerse consciente.
Una mano masculina le puso un vaso con una bebida transparente adelante, con una apariencia tan inocua como el agua, que resultó ser vodka. La mujer levantó la cabeza lentamente, y se encontró con los ojos del barman, enormes y oscuros, que le regalaban una sonrisa burlona implícita. Rose, suspirando de vuelta, pero esta vez sin que una vaharada de humo saliera de su boca, negó con la cabeza.
-Ya tomé demasiado. –objetó, descansando la cabeza sobre las manos de vuelta. –Y no… -le tomó trabajo elaborar la frase completa, así que se tomó su tiempo para saborear la palabras con gusto metálico, deslizarlas por su lengua y dientes, y articularlas correctamente. –No tengo dinero. –soltó al final, enredando un dedo en su desarreglado cabello.
-Esta va por cuenta de la casa. –aclaró él. –Y el taxi también. –agregó, dándose vuelta para ordenar por quintésima vez las copas enfiladas sobre la repisa.
El bar estaba vacío, o casi. Rose observó al otro hombre sentado en la barra. Era alto, y estaba ridículamente bien vestido para el contexto en el que se encontraba. Su pelo estaba enmarañado y descuidado, a pesar de tener un color oscuro que parecía artificial. Más atrás en las mesas del fondo, un grupo de tres o cuatro hombres tristes conversaban en voz baja, y una de las mesas del centro estaba ocupada por dos mujeres, una de pelo oscuro y corto, y la otra, más alta, con el pelo largo y ondulado de un color castaño claro. Algo divertida, Rose siguió parte de la conversación de las mujeres, que parecía ser de un mero interés académico (discutían el destino de un país del Asia meridional a los gritos, mientras la de pelo oscuro anotaba todo vertiginosamente). Terminó de dar la vuelta al bar con su mirada, y volvió a fijarla en el barman, que había dejado las copas en paz, y ahora usaba un escarbadientes para atusar una aceituna con meticulosidad.
Se mordió el labio. Había llegado el tan temido momento para la temeraria mujer, el momento terrible que ella, cuerda, sobria, y en total posesión de sus facultades mentales, jamás hubiese tenido que experimentar.
-Jude. –llamó en un susurro ronco, sintiendo que la garganta se le quemaba en la consonantes del nombre del barman. –Jude. –moduló más claramente.
-¿Rose? –el barman se inclinó un poco hacia ella, lo suficiente para que ella pudiera hablarle sin destrozarse las cuerdas vocales, ya sensibilizadas por la cantidad de alcohol que había ingerido.
-No quiero ir a casa. –manifestó ella, enfatizando su confesión negando con la cabeza.
Jude pinchó el escarbadientes en la aceituna una vez más, y lo soltó, dejándolo caer en silencio sobre la base de melamina de la barra. Miró a Rose largamente, sometiéndola a un escrutinio certero, y al final esbozó lo más parecido a una sonrisa que podía ofrecer a las cuatro de la mañana.
-Está bien. –consintió.
Rose lo miró con una expresión agradecida tan poco común en ella, que Jude tuvo que apartar los ojos. Los fijó, entonces, en el hombre alto el otro lado de la barra. Señaló su vaso vacío (con toda la apariencia de haber contenido whisky en un pasado no muy lejano).
-¿Si le sirvo otro gratis, sería capaz de tocarme una memoria? –preguntó en un tono serio que contrastaba con la comicidad de lo que decía. A ninguno de los dos se le pasó el detalle de que, con su comentario él revelaba al fin la identidad del hombre alto con el pelo artificialmente colorido. Era El Pianista.
El Pianista miró a Jude y a Rose alternadamente, y suspiró. Estaba acostumbrado.

. . .

Durante tres años seguidos, El Pianista había ido a tocar al mismo bar de mala muerte. Su dueño, en esa época, era Mr. Grisham, un inglés con graves problemas de adaptación que había pasado mucho tiempo lejos de casa, y todavía no podía concebir un negocio sin música ambiental. Algunos meses de ardua pelea contra la nostalgia enfermaron al inglés, que terminó por vender todo a precio de libra esterlina, pero a la inversa, y tomarse el buque de vuelta al primer mundo. Ahí entró Jude a escena, compró el bar por chauchas, y empezó a comerciar con chauchas, vendiendo por chauchas y ganando chauchas, pero sobreviviendo. Obviamente en este nuevo tipo de economía no había lugar para El Pianista, que desapareció del foco por un tiempo, y empezó a tocar en fiestas de casamiento.
Una noche, después de que una pareja especialmente chillona lo tuviera seis horas seguidas tocando canciones de Billy Joel, volvió al antiguo bar, esta vez como cliente. Jude terminó por apreciar sus canciones cada tanto, sus silencios esquivos, y su forma extravagante de vestir, no más que un reflejo de su profesión de artista comercial. Un par de meses después, accedió al pedido educado del dueño del bar de tocar un par de canciones en el piano. A pesar de que a Jude no le alcanzaba para pagarle un sueldo regular, El Pianista se conformaba con quedarse el frasco de las propinas. Sonaba como un buen negocio para todos.

. . .

El Pianista tomó un último trago y se levantó de su asiento en la barra. Caminó un par de metros hacia el piano. A pesar de la alegre concurrencia del bar, que, con excepción de esa misma noche, solía estar lleno, nadie se acercaba nunca a ese piano, dejando afuera a una clara excepción.
-¡Will! –El Pianista no pudo evitar darse vuelta rápidamente, respondiendo con un levantamiento de cejas a la voz femenina, única voz que lo llamaba por su nombre en ese bar, y en ese país en general. Rose, con una mano sosteniendo el borde de su asiento para no caerse, lo miraba con su típica expresión de persona demasiado sabia para estar tan borracha. –No tienes que tocar si no quieres.
El Pianista le sonrió a Rose, una sonrisa deslucida, una simple mueca dolorida en la cara de una marioneta del destino.
-Voy a tocar. –resolvió. –Quiero hacerlo.
Rose le devolvió la sonrisa. Una más cálida, tranquila, e incluso dulce, inusual en una mujer como aquella.

. . .

Rose no era la gran cosa. Ni particularmente hermosa, ni particularmente inteligente (aunque había demostrado no ser ninguna imbécil), era sólo definible como fuerte. La clase de persona que mantiene su postura estoicamente, hasta que no queda más que mantener, y ahí, sólo entonces, se derrumba sobre su propio peso, y no permite ser levantada.
Espera un tiempo prudencial, y se levanta sola, para volver a soportar todo el peso sobre su cuerpo. Bueno, Rose era esa mujer. Luchando contra todo y contra todos, todo el tiempo. Pocas veces bajaba la guardia, y, cuando lo hacía, era con El Pianista. Will, como ella lo llamaba.


Es eso... le falta todo, pero quería subirlo, para recordarlo tal cual era cuando tenga una mejor versión xD

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