jueves, 31 de mayo de 2012

Llegado el caso de escribir sobre esto, no me sobran las palabras. 
Yo me recuesto y ella en el final
Viene a oir melodias de estrellas
Yo me recuesto y ella en el final
Viene a dormir debajo de las estrellas
Tampoco me faltan, no, tengo varias palabras. Pero la mayoría son inventadas, o en otros idiomas, o no son aptas para todo público (o para ningún público).
Así que, por esta vez, voy a tener el buen tino de callarme la boca. 
Viene a dormir debajo de las estrellas
Viene a dormir debajo de las estrellas
Viene a dormir debajo de las estrellas
viene a dormir

sábado, 26 de mayo de 2012


Dicen que es conveniente escribir sobre lo que conocés. Pasé buena parte de mi infancia y adolescencia intentando relatar historias que me eran ajenas en su totalidad. Me guiaba más por lo que deseaba leer, que por lo que creía que era necesario escribir. Así, creé piratas, detectives privados, damas de sociedad inglesas, gitanos nómades y víctimas de hechizos en un mundo primitivo inventado. Siempre había amores épicos en esas historias. Amores oníricos, prohibidos, tormentosos, dolidos, lejanos… todos. Si hay un estereotipo de relación humana, la cubrí en algún momento.
Y después me enamoré. No me gusta hablar de eso. Fue estúpido. No aquello, sino… yo. Fui estúpida en ese momento. Hice y dije cosas estúpidas, que ya no tienen solución. Y dejé de escribir corsarios, condes, y otros personajes rimbombantes cuyas vidas apenas podía vislumbrar. Decidí dejar de escribir sobre cosas que no entendía, y  en el proceso, dejé de escribir y punto.

Ahora tengo ganas de escribir. Más que nada, de escribir sobre vos. Pero todavía no te conozco lo suficiente como para escribirte, y no se supone que escriba sobre cosas que no conozco. La conclusión natural, es que quiero conocerte.
Entera. 

miércoles, 23 de mayo de 2012


desierto, ta.
(Del lat. desertus).
1. adj. Despoblado, solo, inhabitado.

Según la Real Academia Española, un desierto es un lugar donde no hay nadie ni nada, un territorio virgen sobre el cual se puede hacer cualquier cosa. Esta definición viene directa de nuestra “madre patria”.
A veces hay que aceptar cosas de nuestra propia historia que no nos gustan. Está bien. Es parte del proceso que consiste entender el pasado para actuar en el presente. En el sur argentino no había un desierto. Ese señor que está en el billete de 100, es un genocida. 

martes, 22 de mayo de 2012


Strange Fruit

La carreta levantaba polvareda en el camino desolado y bañado por la luz del sol. Las figuras negras; en apariencia inmóviles, pero cuya oscilación podía adivinarse en el suave viento, se recortaban contra el cielo del amanecer. Eran cuatro. En total, desde que habían dejado las afueras de Mississippi, nueve.
-Señorita Kelly, no mire. –le aconsejó el viejo George, de piel tan negra como la de aquellos ahorcados del único árbol en kilómetros.
Pero Anne miró. Observó las camisas rasgadas, algunas manchadas de sangre, otras muy sucias. Examinó algunos ojos abiertos, y otros cerrados; algunas bocas apretadas, y otras torcidas en rictus tragicómicos. De tanto mirar, sus ojos se acostumbraron a la luz, y pudo mirar también otras cosas. Los carteles con epítetos insultantes pegados en los árboles, y los detalles de las caras de los muertos. Uno de ellos, el tercero, parecía tener más o menos la misma edad que ella.
-Pare. –dijo, con la voz convertida en un susurro apenas audible.
El viejo George apenas apartó los ojos del camino.
-¿Qué?
-Que pare. –esta vez el viejo escuchó con claridad. –Pare la maldita carreta. –agregó ella, sin necesidad.
-¿Usted está loca, señorita? –su voz estaba cascada por años de fumar cigarrillos que él mismo liaba sobre los muslos de los pantalones, ella lo había visto hacerlo mil veces. Primero acumulaba el tabaco en un montoncito sobre el papel de liar, y lo enrollaba muy despacio. Lo pegaba como si fuera un sobre, con su propia saliva, y después lo hacía girar una y otra vez por sus pantalones marrones. Después lo guardaba en su bolsillo, nunca se lo fumaba sin dejar pasar varias horas de liarlo. Decía que el gusto que adquiría después de vegetar en su bolsillo durante una tarde entera de trabajo duro era el mejor de todos.
Anne apartó por primera vez la mirada de los desafortunados, y lo miró.
-¿Le parezco loca, señor Robinson? –preguntó, y el viejo George se sorprendió de encontrar su rostro arrasado en lágrimas. De los cinco hijos e hijas de la familia Kelly, Anne era la única que lo llamaba señor Robinson. Al viejo George le parecía una estupidez, pero la adolescente le profesaba el mismo respeto que a un profesor muy querido de la primaria.
Cuando las cosas habían empezado a ponerse más crudas, y los cadáveres a aparecer colgados de los árboles y de los postes de luz; Anne se había sentido avergonzada de su color de piel. Pero nunca había hablado de eso con el que ahora cuestionaba su cordura.
George dio un tirón a las riendas, y los dos caballos cesaron el movimiento. La muchacha se bajó de un salto de la carreta, y fue directamente a la parte de atrás. Abrió un bolso negro, y empezó a sacar diferentes estructuras de lo que parecía una maquinaria. El viejo observó, sorprendido, como la muchacha armaba una máquina fotográfica al borde del camino.
-¿Qué está haciendo, señorita Kelly? –preguntó, más resignado que otra cosa. Él ya tenía tantos años encima como el mismo estado, y había atestiguado muestras de violencia más terribles que aquella. Aún así, no podía obligarse a mirar los cuerpos colgados. Mantuvo los ojos clavados en las cuatro sombras, sin embargo.
Anne no contestó enseguida. Terminó de armar la máquina, y se echó el lienzo negro encima. Enfocó el árbol, con los cuatro cadáveres, y disparó. Un año atrás, su madre se había burlado de ella por pedir para su cumpleaños una máquina tan cara, que ella apenas tendría oportunidad de usar. Su madre se había equivocado, y no era la primera vez. El tiempo que tardó en capturar la foto, ninguno de los dos dijo una sola palabra.
Finalmente, Anne guardó la máquina otra vez, y subió a la carreta junto a George. Apoyó la cabeza en el hombro del viejo, pensando en lo que escribiría al dorso de la foto cuando la hubiera revelado. “Mississippi, 1907, linchamiento en el campo.”
Le hubiera gustado añadir alguna de esas palabras que sonaban tan bonitas en los libros de historia. Le hubiera gustado poner “Injusticia desmedida”, le hubiera gustado conocer los crímenes ridículos de los cuales estaban acusados los muertos. Le hubiera gustado estar al tanto de cada detalle para poder escribirlo, y que ninguno de esos hombres asesinados con la complicidad de una multitud y un país fuera olvidado.
-Aunque sea, me hubiera gustado saber sus nombres. –musitó.
El viejo George no se encogió de hombros, porque no era la clase de hombre que se encogía de hombros ante nada. Hizo restallar apenas el látigo en el lomo de los caballos, eso sí. Sólo lo suficiente para que estos empezaran a andar.
La carreta se perdió en la misma polvareda que había provocado, y no quedó nada más en el camino que cuatro sombras inmóviles. 

sábado, 19 de mayo de 2012


Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.


Beyond this place of wrath and tears

Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.


It matters not how strait the gate,

How charged with punishments the scroll,

I am the master of my fate:

I am the captain of my soul.

-Henley.

jueves, 10 de mayo de 2012

Se mutila de a poquito. 
Hoja a hoja, pétalo a pétalo; 
el bosque se suelta a pedazos

En el medio hay una señal de contramano. 
  Parece apenas clavada sobre el piso de grava; 
                    pero no es más que un árbol seco
y sus raíces muertas se extienden hasta el centro
    donde se pudren desde siempre. 

Queremos cortarla, 
pero no importa cuanto amemos ese bosque, no podemos hacer nada; 
tiene que deshacerse de esa señal
por sí mismo (y con ella, de todas sus raíces).

Podemos, sin embargo, quedarnos en el bosque
para siempre
Y si cada árbol se desprende, 
cada semilla se seca, cada pájaro vuela a otro lado;
nos clavamos al suelo
con uñas y dientes y sangre
(nuestra propia sangre si hace falta);
y luchamos
Luchamos por el bosque que amamos. 
Te lo prometo. 


miércoles, 2 de mayo de 2012

-Hay cosas que se me escapa contar.


-Ya te voy a tener para mi, y te voy a apretujar esa cabeza enroscada que tenes.


y es por estas cosas que mi angel of music sigue siendo mi angel of music.
Gentle impulsion
shakes me, makes me lighter

No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. Puedo escribir, puedo limpiar, puedo ordenar mi cuarto, mi cabeza y mi vida, puedo escribir, puedo escribir, puedo escribir, no tengo miedo, no tengo. Miedo. Prácticamente no puedo pensar en otra cosa más que ella. Pero no tengo miedo. 
De ahí el título nuevo en mi blog. 
De ahí, y de Massive Attack. Dios bendiga a Liz Fraser. 

martes, 1 de mayo de 2012


En la escalera que baja al túnel del subte está calentito. Ya es casi tan tarde que es temprano, y todo y todos están sumidos en un desastre que es difícil de romantizar. Pero en tu cabeza empieza a formarse un pensamiento, mientras tus ojos vagan por los puntos de luz de la calle, y tus manos buscan refugio del frio en los bolsillos de la campera que te queda un poco chiquita. Un pensamiento razonable, dentro de todo.
“Esto habría que escribirlo.”

Y te dormís, y la música se mezcla con la gente; y lo último que ves a alguien quejándose, a alguien leyendo, a alguien ofreciendo café, caras dormidas, un gorro de lana que es una gallina, tres dedos, un osoazul con una campera verde que no es un oso, una bomba de papa, una multitud cantando la canción más careta del flaco, y un vagón de tren, ocupado en su totalidad por nosotros.

Al día siguiente no podés pensar en nada. Las imágenes se desdibujan, las canciones se descomponen en notas sueltas, y las personas ya no son personas, son ideas. Y sensaciones. Sin embargo, tu casa está hecha un quilombo, y encima de tu escritorio hay un póster de Led Zeppelin.

Afortunadamente, nada de aquello fue un sueño.