jueves, 31 de enero de 2013

Bueno, negra. Me parece que no te llegan los mensajes, temprano traté de llamarte y tampoco pude, así que te considero imposible de alcanzar en este momento. Pero resulta que tengo ganas de contarle cosas a alguien, y la única persona con la que hablo en serio en el último tiempo sos vos. Espero que no te lo tomes como una carga de responsabilidad tremenda, ni nada, porque no lo es. Pero te cuento, en fin.
Mi vieja salió con un tipo, por primera vez en un montón de tiempo. Evalué su ropa, su maquillaje, le dije que decir y que no decir y además hice flan (para festejar la victoria si vuelve vencedora, o para llenar los pozos del fracaso). Me siento un poco rara. Como que se invierte lo que debería ser. Pero a fin de cuentas, no importa mucho lo que debería ser.
Estaba pensando en la época en la que la gente se mandaba cartas. Y adentro de los sobres, dibujos, fotos, entradas de teatro, boletos de tren. Estaba pensando en que, lo realmente valioso, nadie querría mandarlo por carta. Esa foto tan querida es más probable que termine escondida adentro de un libro polvoriento, que en camino a otra ciudad adentro de un sobre que a su vez viaja adentro de un bolso de arpillera. Por eso, lo que a fin de cuentas prevalecía para el futuro inmediato, era lo banal, y de forma completamente arbitraria. La foto que se mandaba a un amigo o familiar no era aquella valiosa, si no una cualquiera, tomada en cualquier parte y enviada nomás para ofrecer evidencia de una casa nueva, del crecimiento de los hijos.
Entonces, al encontrar esa carta años después, lo que vemos en ella es una prueba de la existencia, pero no de la felicidad.
Bue, no sé, me parece. Estaba pensando mucho en eso, en las cartas, y me di cuenta de que, si bien la carta con la foto, o el dibujo medio feo, o el boleto de tren de un viaje de cierta importancia, pero medio aburrido; si bien esa carta no es una prueba de la felicidad de nadie, la foto escondida en un libro, la flor disecada entre las hojas (para otra cosa inútiles) de la biblia, la entrada de la obra de teatro que cambió la vida de alguien, todos esos papeles escondidos en cajas de cartón, en el fondo de los cajones, entre vidrio y madera, todas esas boludeces que andan por ahí, esas sí son. 

jueves, 17 de enero de 2013

Pensé que te escuché reírte, pensé que te escuché cantar, 
me parece que pensé que te vi intentándolo. 

Póngase a escribir, señorita, me encantaba que me dijeran señorita cuando era chica, después lo odié y ahora me da igual. Póngase a escribir, escriba como antes. Que era sano, era divertido, y nos entretenía a todos. 

y la mirada, la mirada desde muy arriba, y se rasca la nariz, Y haga arte, señorita, que el arte la saca de todos los pozos. si tiene que haber pozos, mejor que sean profundos, ¿no, señorita? que estén bien cavados, con un radio de dos metros en toda la circunferencia, y una profundidad de seis, con la tierra bien apisonada y dura, y sin raíces. No nos podemos permitir raíces, señorita. 

Porque en esta casa también hay una ventana, pero es más chiquita y más baja y no tiene cortinas, pero sí da a una calle, y del otro lado de la calle, también hay un árbol que más o menos a esta hora también deja pasar al sol entre sus hojas. Y la pared allá era más linda, pero acá también está bien. Que se yo.