Se mutila de a poquito.
Hoja a hoja, pétalo a pétalo;
el bosque se suelta a pedazos.
En el medio hay una señal de contramano.
Parece apenas clavada sobre el piso de grava;
pero no es más que un árbol seco,
y sus raíces muertas se extienden hasta el centro
donde se pudren desde siempre.
Queremos cortarla,
pero no importa cuanto amemos ese bosque, no podemos hacer nada;
tiene que deshacerse de esa señal
por sí mismo (y con ella, de todas sus raíces).
Podemos, sin embargo, quedarnos en el bosque
para siempre.
Y si cada árbol se desprende,
cada semilla se seca, cada pájaro vuela a otro lado;
nos clavamos al suelo
con uñas y dientes y sangre
(nuestra propia sangre si hace falta);
y luchamos.
Luchamos por el bosque que amamos.
Te lo prometo.
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