domingo, 4 de noviembre de 2012

Sus palabras tenían el entusiasmo fragante de los primeros años, olor a gomina con brillantina, a jazmines de octubre. Su voz era la media tarde, dulce, letárgica, que se anochecía apenas cuando la tocaba. Sus ojos eran la noche oscura, sin una sola estrella, pero con una luna alucinante que no dejaba de mirar.
Y su piel.
Su piel era la mañana.

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