domingo, 16 de diciembre de 2012

Pasaron dieciséis minutos de las tres de la mañana. No sé que día es. 
Me fijo. Es dieciocho, un dieciocho joven y recién empezado provisto de una madrugada fresca toda llena de árboles moviéndose con el viento. Faltan dos días para mi cumpleaños. Me tomó desprevenida. 
En una época me tenía que poner a hacer cuentas para acordarme cuando cumplía años. Pero hay fechas que no te olvidás más. 
Fue un cinco de diciembre. Hace casi dos semanas, pero parece que pasaron siglos.

Por momentos, está todo bien. Me cago de la risa, sin exagerar, la paso genial.
Por momentos, estoy confundida. No tengo la más puta idea de nada, de que voy a hacer con mi vida, de que quiero.
Por momentos, estoy segura de que todo lo que quiero es desaparecer de la faz de la tierra y no volver a sentir nada nunca.
Y por momentos, la puta que lo parió, por momentos es todo tan injusto, tan triste, tan innecesario. Una mezcla de todavía no poder creerlo, y de yo lo sabía, lo supe desde el principio y no lo dije para no ser yeta,  pero lo sabía, y por ahí si hubiera creído, por ahí si hubiera tenido fe las cosas hubieran sido diferentes

Son las tres de la madrugada del dieciocho de diciembre, pasaron trece días, faltan dos para mi cumpleaños, y otros trece para que se termine este año de mierda.
Hasta el día de la fecha, se pueden contar con los dedos de una mano las veces que llamé a la muerte por su nombre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario