lunes, 29 de agosto de 2011


Estoy enferma, bastante enferma. Mi cabeza le lleva varias vueltas al resto de mi cuerpo, y cuando por fin me levanto de la cama para vestirme; el mareo eclosiona, y me siento como un espectro cauteloso andando por la casa en puntas de pie. Vuelvo, ingrávida, a la pieza de mi hermana y observo el pedazo de calle que se ve por la ventana. Me gusta esa ventana.

La ventana de mi cuarto, el que parece más una cueva bohemia que un dormitorio, da al patio trasero de la casa, y no es una vista agradable. Pero la ventana de mi hermana da a la calle, al árbol de la vereda de enfrente y a ese pedazo de pared con el ladrillo expuesto. Y ese pequeño y calmo espacio, iluminado débilmente por el sol justo antes del atardecer; me hace notar que hay una primavera gestándose ahora, en los últimos días de agosto.

Es como un retazo de celofán amarillo sobre mi mundo.
Casi puedo olerla

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