lunes, 20 de febrero de 2012


I
Salí de la casa con la inquebrantable decisión de encontrar un locutorio, y llamarte. No estaba segura cual número era el tuyo, o si tenías señal donde fuese que estuvieras; y mi determinación se fue convirtiendo en duda. Terminé comprándome una tarjeta de cien mensajes, y mandándote uno que facturaba como tres. No estoy segura de haber manifestado correctamente en el tono jovial y pelotudo del mensaje cuanto te necesito. 
Lo mandé desde la costa, mirando al mar, con el viento cálido; y cierto optimismo encima. Te complacerá escuchar que me estoy sintiendo bien, bastante bien. Estoy bien conmigo misma, quiero decir. 
Así que me quedé mirando el mar un rato, hasta que me encontré cantando una canción de nuestro último amigo muerto. Saqué el celular de vuelta y te mandé otro. 



y las muñecas tan sangrantes

están de llorar

yo te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar
y te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar

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